El necrofilico
Quizás ninguna otra novela haya tenido el planteamiento de su poesía tan concentrada como en este caso. En este reinado de la `poesía in extremis` es difícil substraerse a la impresión de una cierta sobriedad. Pero tal vez se trate tan sólo de una cuestión de grado hay en sus palabras, algo que tiene que ver esencialmente con la sensualidad. La asunción aberrante del sentido que esta novela posee, lleva consigo una suerte de insolencia esencial, que, aunque no percibida conscientemente determina el rechazo, la reacción adversa del lector no predispuesto, que la vive como una agresión.
Un anticuario, acostumbrado a vivir entre objetos vetustos, cuenta en forma de diario un año de sus sombríos encuentros con Henri, Suzanne, Teresse y otros seres anónimos. Son jóvenes o viejos, fáciles de poseer o rebeldes. Pero todos tienen algo en común: la misma piel cetrina todavía algo tersa, el mismo color de cera, los mismos ojos entornados, los mismos labios mudos, el mismo olor a polilla y el mismo sexo glacial. Porque es a los muertos a quien ama, a quienes desea. Goza de los encantos en putrefacción de cadáveres robados de sus sepulturas y adornados en la penumbra de una habitación cuyas cortinas permanecen siempre corridas.
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